Atasco al salir de Madrid. 8:30 a.m. Por fin, la carretera y... ah... más atasco. Frustración. Los paneles hablan con bonitos jeroglíficos tamaño bolsillo no de uno, sino de dos coches en el arcén. Paciencia es mi segundo nombre, como dicen las películas norteamericanas bien traducidas. Avanzamos en procesión. Mierda, voy a llegar tarde (otra vez). Y me imagino la cara de circunstancias de mi jefa. A lo lejos, luces naranja.
Avanzamos a paso de tortuga. Definitivamente [pienso (¿luego existo? ¿debería tocarme para comprobarlo?)] mañana me compro unabonotransporte (sí, así es como se dice ¿no? sin respirar) y a hacerles cortes de mangas a los coches desde la ventanilla del cercanías. Me voy a inflar de leer y de hacer sudokus. Los típicos "listos" intentan zigzaguear. Sé que dentro de un rato me los encontraré más adelante. ¿No se dan cuenta de que no avanzan? Es que hay que ser lerdo.
Y bueno, ya me volvió a tocar el carril más lento. Todos los demás se mueven y el mío no. ¬¬ Joder, qué asco, el de al lado se está hurgando la nariz, anda, y encima trabaja en mi empresa. Viva los atascos. Y ya puestos, quiero aprovechar la oportunidad que me da el blog para agradecerle al MOPU este tipo de visiones más propias de una pesadilla que de otra cosa, de corazón. Dónde si no puedes ver a un compañero entrajetado encorbatado encorsetado engominado empaladoporelculo hurgarse la nariz con esa cara propia de una Ludovica Albertoni cualquiera. No sabía que hubiera orgasmos nasales. Habrá que probarlo.
Avanzamos. Voy por la fila de en medio. Avanzamos. Atrás quedan el minero nasal, el malo maloso del coche amarillo, el huevón del mercedes. Los laterales, como de piedra. Sólo nos movemos los del centro. Ya salen unos cuantos intermitentes furiosos. Tsk tsk tsk, nonnonnno, aquí no se menea nadie salvo mi fila. [Idea al margen: corte de mangas a ese tal Murphy blebleble y como ahora aparque en la puerta ya sí que no eres ningún gurú ni eres ni existes ni na de na].
Subo la música. Es el Calypso de Jean Michel Jarre. Hago un vago intento de mover el culo aplastiñao en el asiento mientras acelero atravesando un pasillo de caras ávidas y presas en sus filas estáticas, tras sus cristales de granja de hormigas.
Parón de nuevo. Estamos llegando a las luces, puedo ver dos coches, una grúa y un coche de la guardia civil. Los privilegiados también nos detenemos. Una pena, fue bonito mientras duró. Pero qué puñetas. Esto hay que celebrarlo, no todos los días le toca a una el carril que va más rápido. Subo aún más el volumen de la música, abro todas las ventanillas del coche y salgo. Trepo con más pena que gloria y me encaramo al techo. Caras de sorpresa, de miedo, sonrisas, estupor, algún pitido. El coche y yo vibramos al ritmo de la canción. Bailo. Me doy la vuelta tiki tiki tiki le meneo el culo al de atrás. Tikitiki tiki meneo de culo al de al lado. Algunas ventanillas se abren, veo cabezas seguir la música cual perrillos trasero-bandejeros. Estoy borracha de canción, de alegría, de atasco. Ya se empiezan a bajar de los coches y los menos vergonzosos bailan. Tiririririririrri tiriririrririri. Los más avispados han encontrado el dial correcto y suben el volumen de sus radios. Allí se encarama otro al techo. Vaya, el imbécil de amarillo está intentando subirse al suyo, juas, además de imbécil, torpe. Tiririririririri tiriririririri.
No sé cuánto rato llevo bailando pero ufff... los años pesan, cuando llegan los de la nemebérita benemérita penemérita (escójase la que suene menos rara, ah, que las tres suenan raras, bueno, pues una cualquiera) me encuentran haciendo girar por encima de mi cabeza, cual lazo vaquero, mi bonito sujetador de encaje rojo. Se me llevan sí, pero... ¡que me quiten lo bailao!