viernes, septiembre 23, 2005

Accidente (Versión Agridulce con Vals Triste)



Atasco al salir de Madrid. 8:30 a.m. Por fin, la carretera y... ah... más atasco. Frustración. Los paneles hablan con bonitos jeroglíficos tamaño bolsillo no de uno, sino de dos coches en el arcén. Paciencia es mi segundo nombre, como dicen las películas norteamericanas
bien traducidas. Avanzamos en procesión. Mierda, voy a llegar tarde (otra vez). Y me imagino la cara de circunstancias de mi jefa. A lo lejos, luces naranja.

Lento baile de caracoles, esto es una tortura interminable. Y aún no he llegado ni a la mitad del camino. Un poco más adelante y me doy cuenta de que no hay ningún obstáculo en la carretera. La gente es tan gansa que, simplemente, aminora para ver mejor qué ocurre. Nada más pasar junto a los vehículos (cuidadosamente colocados en el arcén) meto tercera ¡por fin! y cada vez está todo más despejado. Ay que joderse. En fin. Cuarta... y con lo tarde que voy.... seguro que el pelota de R. ya está allí lamiéndole el culo a la jefa. Cagonsanpeo. Quinta... Y es que no puede ser. Mañana me levanto más temprano... joder con el idiota del mercedes, quítate ya, hijoputa... ahí... eso... pa ir a 100 te vas al carril de en medio por lo menos, tontoloscojones. Acelerador a fondo. Y la de curro que tengo allí.... y.... ¡ostia! ¡maldita curva! Joder, qué susto. El corazón me late como el de un perro pequeño y decido que le pueden ir dando a la jefa, al pelota y a todo lo que no sea no hacer el loco.

Uffff... pero qué es eso? Luces de posición. Frenada general. Bueno, ahora ya sí que no llego. Y otra vez el lento baile de caracoles... pero qué digo baile.... si los caracoles están momificados, si aquí no se mueve ni dios. Al menos tengo música. Pero... pero... ¿también se me va a escacharrar ahora la radio? Joder, ya es mala suerte. En cualquier emisora se oye el mismo sonido ronco, como el fondo vibrante de un órgano. La procesión continúa, habrá que mirar el paisaje.

Y me doy cuenta de que, probablemente, la causa del parón sea la niebla.

Primero a jirones, luego como algodón. Dios, ya sólo me falta ser abducida por los marcianos o aparecer en Alemania, como le hicieron creer a la de los culebrones esa. Me tranquilizo. Pero qué hermosa niebla, es rosada y, a ratos, celeste. Seguro que huele bien. Abro la ventana y una humedad dorada inunda mi visión. Aspiro profundamente. Todo está quieto, no se ve nada. El sonido de órgano parece provenir de todas partes al mismo tiempo. Bajo del coche y camino hacia adelante, entre los demás vehículos. Con tanta niebla no puedo distinguir a los que están dentro. Pobres, se pierden esta experiencia. Es tan bonito.

Más niebla ¿dónde están los coches? Espacio libre. Una bruma rosada, a lo lejos. Sigo caminando, mi cuerpo húmedo, mi sonrisa relajada. Puede que esté loca, pero qué me importa si lo estoy disfrutando. Y ahora, sobre el murmullo de órgano, voces. Vuelven los jirones, veo gente a lo lejos. Se ve que más de uno ha decidido pasar del coche y caminar. Bah... si todos están parados y la mitad estamos fuera ¿qué más da? Cuando lo cuente en el curro no se lo van a creer. Mejor llamo y digo que no me siento bien, qué narices. Me he dejado el móvil en el coche, luego llamaré.

La gente está de pie en grupos, rien y hablan. Alguien me saluda de lejos, tengo las gafas empañadas. Ni idea de quién es, me resulta familiar. No... no puede ser... ¡guau! ¡guau! ¡guau! Mi perro viene corriendo hacia mí como los locos. Me agacho y abro los brazos para recibirlo. Salta y me lame las mejillas, yo hundo la cara en su pelo negro, lo llamo con voz entrecortada, lo lleno de besos. Hace 17 años que no lo veía. Y empapando sus rizos de lágrimas comprendo que, quizás, no debería haber tomado esa curva tan rápido...