lunes, noviembre 21, 2005
Pataleta
Quisiera dedicarle esta pataleta a las tres niñatas que han hecho insoportable la mitad de mi trayecto diario hacia el infierno. A ver, niñas feas, chillonas y vacuas: ni a mí, ni al resto de los desgraciados que, con todo el entusiasmo del mundo, interpretamos el papel de sardina en lata (léase "sardina", entiéndase "ganado"; léase "lata", entiéndase "vagón") nos importa un pepino cuál es el disolvente del NH3 y muchos menos que la madre de la dentuda de los pelos de rata insista en echarle lentejas en el táper (¿qué pasó con la fiambrera de toda la vida?), jo tía, jo.
Sus chillidos taladrándome el sueño y quebrando el atisbo de buen humor que pudiera asomar esta mañana. Asientos enfrentados y yo, la cuarta en discordia.
Niñatas feas e idiotas ¿hace falta que gritéis tanto? ¿No os ha enseñado nadie normas básicas de convivencia? ¿No os han enseñado que nada importa, ni siquiera el NH3 o las lentejas, ni salir los fines de semana, si al final es luchar contra la vida, y la vida viene y te da dos hostias bien dadas, y acaba siendo una nada salvo los chispazos de conciencia entre viajes, el paisaje borroso y casi negro, una libreta y un bolígrafo azul, de los que escriben como te gusta, mientras te hundes en el agua de la voz oscura de Andrew Eldrich y ya no existen tres niñatas dentudas, feas y desgarbadas que rompan a pedradas el cristal de tu semi-inconsciencia y luego give it a name, Susanne?