jueves, noviembre 17, 2005

Credo negro



Soy creyente.
Creo que somos incapaces de concebir el concepto de nuestra existencia. Por eso inventamos religiones: nos negamos a creer en nuestra absoluta prescindibilidad y en la gratuidad de nuestra vida.

Creo en la oscuridad, en la nada.
Creo en el fin de mi universo, y es un abismo que asusta, pero igualmente existe.

Creo en las tumbas con flores, creo en las cenizas al mar,
creo en los símbolos que representan: una despedida para los que se quedan aquí, un consuelo imposible, una mentira válida.
Esos a los que el corazón se les derrama en lágrimas y van a ver a los que ya no son, acarician las letras en relieve, les llevan regalos en forma de flor; porque es una manera de tocarlos, de decirles que los quieren. Y, sin eso, algunos no sabrían encontrar el camino de vuelta a la soledad, a la vida que se resbala por los rincones, que sigue chorreando por el aire, sin ellos.
Es una manera de negar que se fueron. Hay otras.

Creo en todo esto y, sin embargo, a veces querría que colocasen mi cáscara entre flores, bajo la hierba, dentro de la tierra.
No para oler la lluvia, sino para que todo el entorno oliese a lluvia, para que mi carne volviese al polvo pero que de mí se alimentase la vida. ¿El mar? El mar me da la sonrisa y la luz del corazón. Y aunque mi cuerpo dejaría de ser mío, es la idea helada de la gran masa de agua lo que me hace pensar que no.

Creo que no hay nada depués de la muerte. Creo que, con la muerte, ya no hay un después. Y no es triste, ni bueno, ni malo, es que no es.